jueves, 19 de agosto de 2010

IDENTIDAD KITWA



KITU PALIMPSESTO:
Memoria y continuidad de lo público y de lo privado

Por Ramiro Oviedo*


Antes de ser activista de la literatura, suscitador de talleres y formador de escritores, Diego Velasco ya era poeta. Y de los buenos, como lo confirma Kitu Palimsesto, su último compendio de poemas, en el que, en torno al eje temático de Quito, recoge textos de tres libros precedentes: La poesía no es un libro de poemas (1989), Safari (1991) y Cordeles (2003), cada uno con su tonalidad y su ritmo, como memoria y continuidad de lo público y de lo privado.

En este des-cuento desaforado de la historia y de la fábula, recorremos primero por el Quito primordial de la fundación mítica (Kitwa), con su cosmogonía y su riqueza telúrica, cruzamos luego la sórdida trifulca de la conquista, en la que se sublima la resistencia y a sus héroes, hasta desembocar en el saldo negro de la metamorfosis urbana. El Quito colonial, (Quito anti-lirico) de la segunda parte, desnuda la inutilidad de los esfuerzos sociales debido a la casi nula participación popular en el proceso de Independencia, convertida ésta en asunto de marqueses y de obispos. El grotesco contraste con Eugenio Espejo o Las Alcabalas (el populacho) define la violencia como rasgo de mestizaje cultural, pero también el protagonismo de las víctimas, cuando tienen tres dedos de frente y sangre en la cara. La simultaneidad temporal que deja ver la lengua con eventos de la historia contemporánea no es pura casualidad.


El tono paródico y lo sardónico de la ironía de estos textos, obstinados en liberar la palabra confiscada por la historia oficial, exhiben las sandeces y disparates vertidos sobre Quito, confirmando al autor como un quitólogo lúcido, rebosante de humor, diestro en el manejo de la poética popular y, sobre todo, sin pelos en la lengua. La tercera y última parte del libro, Quito patrimonio, cierra el palimpsesto con un paseo obligado por Quito.

Velasco, Arquitecto quiteño enamorado de su llacta, funge de cronista o de guía anti-turístico de un no-lugar urbano estigmatizado, en el que la historia (tiempo, espacio y personajes) exhibe los rasgos esperpénticos de una ciudad que podría llamarse "la cuesta de los suspiros", dado que ahí el desencuentro del hombre con el espacio se disfraza de encuentro en busca de oxígeno, derrotándose ante lo cíclico de la des-vergüenza, entonces, borra y va de nuevo equivaldría a decir borra y va de retro, no «vade retro», que parece igual, pero que no es lo mismo, mientras los quiteños, blandengues espectadores de su propia vida, siguen suspirando, víctimas de todo tipo de desnivel, siempre más tozudo que ellos.

Afortunadamente también hay poetas tozudos y más tenaces que la escoria.


La memoria y continuidad de lo público y de lo privado pasan por un ojo tridimensional que sabe adaptar el lenguaje a los caprichos de la codicia. Codicia des-humanizante del conquistador, pero simultánea y paralela a la de sus herederos, responsables de la a-sincronía hombre-mundo. El desencuentro del hombre con el espacio (clave temática del libro) es un asunto de distanciamiento del Yo respecto de la tesis, y Velasco lo resuelve evitando caer en lo anecdótico de las literaturas íntimas; el Yo habla, pero antes, piensa en plural. Entonces viene lo difícil para el poeta: ¿Cómo fungir de simple" entrometido", estando como está metido a fondo en la vida de Quito y en la historia? La respuesta la hallamos en ese distanciamiento deliberado del poeta que evita el imperio del Yo, rasgo -por otra parte- suficiente para conferir peso literario y confiabilidad a esta escritura. Lo público será, ante todo, tatuar en el lector la conciencia de que nadie puede des-responsabilizarse de la historia, evaluar el peso de la pasividad y de la inercia individuales en la comunidad.

El poeta es casi siempre quien lanza la primera piedra, cuando tiene que lanzarla, y así lo hace, porque lo que es de todos, es también mío, tuyo, etc. Y la historia, el tiempo, Quito, son nuestros, es decir de todos, (de los marqueses de la prensa, de los herederos de la Colonia, de los nuevos ricos, de los mafiosos que «lavan» dólares, como si alguna vez pudiera haber dólares limpios, pero también -y sobre todo- Quito es del poeta. No faltara más!)


Las variaciones de temperatura y de tono, los registros de lenguaje y las dosis heterogéneas de humor (en la segunda y tercera parte del libro) no desvirtúan en absoluto la unidad de Kitu Palimsesto. La singularidad espacial, derivada de una amalgama de gestos socio-lingüísticos, se articula no sólo apoyándose en el estribo temático de Quito, sino particularmente en la actitud del escritor en su bronca con la mierda de la historia, lejana o inmediata, no con la historia primordial, que resulta ser el único escenario digno de nuestro pasado, y en cuya sintonía la lengua de Velasco adquiere potencia y vuelo demiúrgicos, por el que deambulamos todos los días, y de re-definir nuestra posición frente al espacio "público". Si así fuera, no tendríamos - por ejemplo- a esa virgen horrible, no se sabe si con cólico o con retorcimientos barrocos, mirándonos desde el Panecillo, deambular por una ciudad desbarrancada en plena zona tórrida.

El Quito indoamericano ha hallado en Diego Velasco de Kitwa el cantor que le hacía falta, con la misma potencia y con el mismo embrague con los que Ernesto Cardenal cantó a los indios de nuestra América.


Ramiro Oviedo
Boulogne Sur Mer, Francia 2010

* Ramiro Oviedo, poeta y crítico literario ecuatoriano de la generación de los 80s; profesor universitario, radicado en Francia.

2 comentarios:

Efecto Alquimia dijo...

Excelente exposición sobre el KITU PALIMPSESTO, no hay dudas que este libro es uno de los mejores sobre la "tierra del centro" siempre rica en todos los sentidos...
Felicitaciones Diego por el libro, por mostrarnos y enseñarnos a conocer y amar al verdadero Kitu!!!

EL BUHO ANDINO dijo...

claro ximena!
y avancemos construyendo
un ekwador multicultural

saludos