sábado, 4 de diciembre de 2010

FUNDACIÓN DE QUITO O "ETNOCIDIO" ?



La fundación de Quito y la resistencia indígena

Por Oswaldo Albornoz Peralta**


Los orígenes de Quito, como sucede en casi todos los pueblos, se extiende hasta los tiempos nebulosos de la leyenda, en este caso la de Quitumbe, tan hermosamente contada por Jorge Carrera Andrade en su libro El camino del Sol. Tras de las galas de la leyenda hay sin duda un hecho histórico concreto: el paulatino desarrollo de un pueblo, hasta llegar a la confederación de tribus, la Confederación de Quito.

La Confederación de Quito, para la época de la llegada de los Incas, se halla en pleno proceso de expansión y ha logrado una evolución económica considerable, evidenciada ésta por sus construcciones materiales, por el progreso alcanzado en la agricultura y el conocimiento de labores de algunos metales. Naturalmente, como manifestación también de este avance, la primitiva igualdad de sus habitantes ha ido desapareciendo y se ha gestado ya una aristocracia que ocupa la cúpula del conglomerado social.

Así, la Confederación de Quito, tiene una personalidad propia y definida. Esto explica, además, el porqué durante el medio siglo de dominación inca, pese a las innovaciones introducidas, haya podido mantener sus rasgos específicos y logrado el respeto del conquistador. Que haya per­manecido siempre vivo, el anhelo de recobrar la perdida independencia.



La conquista española, que adviene luego, impone otro rumbo a la historia del pueblo indio.

El paso de Benalcázar hacia Quito está señalado por la devastación y la sangre. Enrique Garcés dice que cuando llega Alvarado, que no sabía su ubicación, se da cuenta de que por allí estaban sus paisanos, al ver “poblados destruidos, cadáveres de indios y gran desolación y ruina”.[1] Y él procede de igual forma pues el historiador Aquiles Pérez afirma que “saqueó los pueblos donde llegó; robó cuantos objetos de oro y plata encontró; obligó, con cadenas y perros, a que muchos indios e indias, con sus niños, le conduzcan cargas; ahorcó a dos caciques; permitió que los indios de Guatemala comieran la carne de nuestros indios costeños”.[2] Mueren, rendidos por el agotador trabajo a que son sometidos, la mayor parte de los indios y negros que trae de Centro América.

Se dice cínicamente en un acta del Cabildo de Quito que se practican todas las diligencias posibles para dar con los tesoros que se creen escondidos. Diligencias, que no son otra cosa, sino las más crueles torturas a los caciques indios. El garrote, los azotes y los cepos, y sobre todo el fuego a los pies, son las preferidas. Y el final, cuando no dan resultados, no es otro que la muerte más cruel.

Es un cabildo de conquistadores, para cuyos miembros, la crueldad y la sangre no son sino medios de dominio. Pedro de Puelles, especialista en la cacería de indios con lebreles, recibe un voto de aplauso y de respeto por las matanzas verificadas.

Así sucumben, entre varios otros, Cozopamba, Zopozopangui y Rumiñahui citados por Aquiles Pérez. La mayoría de ellos, después de la imprescindible tortura, son condenados a la hoguera como si se tratara de reos de la Santa Inquisición.

Benalcázar y sus capitanes nunca abandonan los caminos del crimen. Cuando salen de Quito y se dirigen a Cundinamarca, proceden allá, en forma similar a la de aquí. Al respecto, Germán Arciniegas dice: “Cierto es que Benalcázar no deja de marchar a sangre y fuego. Al salir de Quito divide en tres ramas su ejército y manda a Juan de Ampudia para que vaya con una de ellas, de adalid. Debéis seguir los callejones de la cordillera –le dice el jefe- y no empeñaros en acción peligrosa; nosotros os seguiremos. No le es difícil a Benalcázar seguir las huellas del adalid: porque como Ampudia quema todos los pueblos que topa y degüella a los indios, por las cenizas y la sangre se guía muy pronto don Sebastián. [3]



Este Ampudia es el mismo que ya antes, en su búsqueda insaciable de oro había exterminado a la población de Chambo en la actual provincia de Chimborazo, a cuyo cacique le hace quemar vivo, tal como había hecho antes con el cañari Chapera ¡Bien merecido su sobrenombre de “monstruo” o “Atila del Cauca” cuando participa en la conquista de Cundinamarca!

Pedro Cieza de León en La crónica del Perú dice que Dios castiga al adelantado Benalcázar por los crímenes cometidos contra los indios. Afirma “que en vida se vio tirado del mando de gobernador por el juez que le tomó cuenta, y pobre lleno de trabajos, tristezas y pensamientos, murió en la gobernación de Cartagena”.[4] Poco castigo para nuestro parecer.



* Ver el artículo completo en
http://www.kaosenlared.net/noticia/fundacion-quito-resistencia-indigena

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