martes, 16 de junio de 2009

DEMOLICIÓN EN MOVIMIENTO: nueva espiral



TALLER DE LUZ: EL MELÓDICO SONIDO DE LO TRANSPARENTE

Por Víctor Vimos*

El sonido. La rabia del aire contenida en fonemas que complementados entre si, plantean una extensión auditiva que destroza, por así decirlo, la quietud de la nada. La palabra desnuda, ni siquiera su piel en la dualidad construida como signo - sentido, sino el hueso de la palabra sometido a la armonía que resulta de lijar y lijar los cartílagos de la infancia.

Ese es el oficio que en El Taller de Luz, Diego Velasco atestigua con sus manos. Consumido por la obsesión musical, estructura la forma de su poema, no basándolo desde el inicio en la aguda extensión de la historia, sino, mutilándolo de toda prolongación que atente contra la vitalidad del sonido propio que tienen las palabras.


De esta forma, nos adentra a los primeros pasillos de los libros, desde los cuales, siempre sentenciados por el pentagrama, se puede proponer el inicio del mundo, cito:

Y en el comienzo / fue la luz/ grabando resplandores / sobre la corteza / del planeta

Y fue también el lenguaje azorado / tratando de nombrar las cosas / que solo el ojo / podía nombrar...

Velasco nos propone una lectura que encuentra en la brevedad el mejor camino para visualizar, usando una lograda imagen del autor, “los destellos de la sombra / ante la luz”. Es decir, convoca al esfuerzo repentino de hacer de lo mínimo del tiempo, el mejor pretexto para recordar, cito:

Y / al séptimo día / un dios jorobado / palpó su eterno paraíso / en llamas

Muy por el contrario de estar en desventaja frente a otras estructuras que proponen el continuo desgarramiento como forma poética de buscar sonidos, los versos de Velasco juegan a esconder entre sus eslabones la necesidad del grito, mostrándonos apenas las siluetas de su origen. Esta incertidumbre de realidades, abre la puerta para los pájaros en llamas, los peces fantasmas, el colibrí y su equilibrio aniquilado por el escupitajo demencial de dios, la posibilidad de la ola lamiendo la sombra de los truenos, y esa infatigable señal de muerte que tiene el girasol, puedan trenzarse entre sí, para lograr una red que recibe el aserrín de las estrellas, cito:

Sobre palco / y sobre el latino mármol / solo una /sola / anguila roja / serpentea


Una vez planteada la materia con la que ha de trabajar en la construcción de sentido, la acción se centra en palpar la atmósfera en la cual tienen lugar los sonidos. Así, se puede traspasar fácilmente la fibra del papel, para sin cambiar de cuerpo empezar a sentir la diferencia de pieles en tonalidades circunstanciales. Puede ser entonces, que si se acerca hasta la profundidad del texto, ese viento Maya, escrito en las alas del quetzal, nos envuelva con su invisible látigo de cuestionamientos. Cito:

¿Somos nosotros nuestros abuelos/ nuestros ángeles venideros?/ ¿hemos vuelto otra vez desde tan lejos/ al rito de la tribu circular?/ ¿a ser otra vez/ escarabajos/ de roja cornamenta?

Del otro lado está el sonido de la selva, el corretear de pies descalzos que vencen la fragilidad de la memoria, para proponer un recuerdo establecido desde la guerra contra la ansiedad de conocer las respuestas, cito:

Taisha/ llega tarde a la cita/ el guerrero de la triste hendidura/ la espera/ tiritando/ presintiendo el calor/ de sus labios/ la brisa en su espalda soplando/ a bocanadas/ ahí está

Sin duda la apuesta de Velasco se atreve a desafiar ese contexto de la modernidad, que atormenta al poema con una urbe definida y deformada como telón de fondo. En este taller de hacer estrellas, el único universo conocido es el que está al alcance del oído, aun cuando lo que se escuche sea el gotear de la lluvia sobre el silencio infinito, cito:

Chop/ chochop/ chochop chochop/ chochop chochop chochop/ chochop chochop/ chochop/ chop

Se logra armar un discurso en el que la realidad toma un sentido secundario, pues ya no es vista desde el significado de la historia que motiva al poema, y la magia de tejer emanaciones de música, se posesiona del aire, haciendo que el lector deje de sentir el paso del tiempo, y se concentre en la belleza de los fulgores pasajeros.


El trabajo de renunciar temporalmente a la pluralidad de la palabra, como elemento de asociación, para potencializar el sonido de sus raíces, da su fruto en los textos más tallados, que son aquellos que logran armar el circuito de ida y vuelta en la leve fortaleza de la espera.

Diego Velasco, incorpora así una apuesta por el origen de la escritura donde la condensación de los significados, se escucha antes de tomar un cuerpo o forma en el difícil dominio de la memoria. Talla al poema como una herramienta que sostiene el aliento, dándole la forma adecuada para lo que en este momento quiere decir.

La labor que despliega el poeta entonces, se revierte también en el tiempo. No es el ser despreciado que encuentra en el reproche la forma de esconder las manos, sino que ubica en las coordenadas de la armonía su verdadera labor, hacia la que apunta con la idea clara de construir un sonido que no se haya escuchado antes.

Sea entonces el resplandor de la luz, el que determine la noción del camino. Sendero áspero e indomable, por el que transitan los pasos en compañía del bullicio, cada vez más melodioso de la palabra desnuda. Así en la simpleza del fonema, encontraremos el motivo de esta infatigable canción.



*Presentación al libro Taller de Luz (Premio Universidad Central 2008) de Diego Velasco Andrade, Casa de la Cultura de Chimborazo,mayo 2009

**Todas las imágenes de Pedro Herrera Ordóñez

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