miércoles, 3 de septiembre de 2008

LITERATURAS DE IDENTIDAD EN ECUADOR


LAS RAÍCES

HUGO SALAZAR TAMARIZ (Cuenca 1925)

a Isabel Tamaríz, mi madre.


Somos un pueblo antiguo,
viejo como la miel,
como la sombra,
como las altas hojas,
tan pegado a la áspera corteza que,
de lejos,
nadie, nos diría seres sino topografía.
Zurcidos a la tierra hemos estado siglos azules
y amargos siglos,
hollando la ya enterrada
edad de la montaña,
los sucesivos cauces de los ríos
y comiendo del ácimo concepto de los frutos.

De jaguares,
de sol
y hachas de piedra,
hemos ido viviendo
y falleciendo.
Regados entre guerras
y mujeres adelantamos nuestro
rumor
y la intacta sangre que nos golpea entera.

Somos un pueblo antiguo,
parecido igualmente a la luz
o a las tinieblas:
un costado en la nieve
y el verde puesto a secar en la mitad del viento.

Hemos estado creciendo sin saberlo,
como el vuelo en las aves,
como el maíz
o el niño,
tal el pelo
y las uñas;
acumulándonos,
como una carga eléctrica
o el interés en las deudas.

Cuánta hambre hemos atravesado a pie,
descalzos,
pisándonos el estómago,
entre la gente que va en tropel
-que siempre estará yendo...-

Hambre que no pudimos apagar ni elevándola
en la espina dorsal de nuestra tierra;
hambre que nunca digerimos,
muriendo,
en las bestias a la anochecida
y en nosotros durando.
Hambre en los bosques,
donde hicimos los hijos contra el suelo,
y la muerte,
con flechas
y piedras,
en el viento.


Hemos estado creciendo,
como el fruto
o el sabor en la semilla;
como viril olor de árbol
o sonido en el viento nocturno que une la arena del límite
y el soterrado anhelo.

Un antiguo pueblo vivo como una llaga
y vivo también como las llamas.

Ha tenido que andar mucho,
a veces de arriba a abajo,
como la tempestad de lluvia,
y otras,
como el relámpago,
las sierpes
o las sombras.
Un viejo pueblo pintado en el perfume,
con el pecho
y los muslos al aire,
convulso en su destino de mercurio,
proclamando un volcán a cada paso.

Hasta ya muertos nos hemos estado metiendo
en la tierra,
mil
y mil veces,
como en la más amada hembra;
la tenemos desde que e inventaron los cóndores
y el sol imaginó la noche.




Somos un pueblo viejo,
es nuestra la tierra,
la queremos
y nos ponemos a abrazarla,
de bruces
con toda nuestra hambre
y nuestros hijos.

Hemos estado
y seguimos, dentro del terrón
que mueven los arados
y en el alto fruto.

Viejo pueblo no envejecido porque tiene millones de luz
y de hierba,
creciendo,
de puertas
y ventanas,
abiertas.

Hemos estado viniendo hasta ser millones,
una espiga gigante,
una inmensa mano,
una red,
un ramal,
¡un pueblo entero!
Somos,
terriblemente,
un grito.
Un viejo pueblo definitivamente verde
y rumoroso.
Un pueblo con tres millones de ventanas,
en voluntad de abrirse!

Nadie que nos viera,
de lejos,
nos creería,
sin acaso
ni ocaso,
¡sino una audaz topografía!




Este texto forma parte de la Antología


PATRIA TIERRA SAGRADA


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