
EL MITO DE LOS CONDORAZOS*
Por Luis Alberto Borja
Del libro, Los Condorazos, 1947 (fragmentos)
"El Edén estuvo situado en el seno o regazo de Dios —representado en la figura de un triángulo—, en el centro, entre el Chimborazo, el Altar y el Tungurahua; en un clima primaveral; sobre arenas secas y cálidas; vivificado por los rayos ultravioletas que emanan de los astros, en el ombligo del globo y en un ambiente parecido al del Egipto, la India y la Arabia, hacia donde emigraron de preferencia las primeras generaciones, comenzando a poblar la tierra.
Luego, se perfiló la raza blanca, con el transplante a otros climas, a zonas frígidas, con la nieve que blanquea la piel y dora el cabello, como sucedió con los aucas —araucanos— en Chile; los pieles rojas en Norte América, y los albinos, de tez encendida y pelo platinado —conocidos por hijos del Chimborazo— que todavía se hallan al pie de las cumbres nevadas.
Los negros encontraron refugio más propicio en las selvas ardientes y en el corazón del África, aunque emanaron, como los demás seres humanos, del mismo punto de partida, el Edén del Chimborazo.
La casta amarilla, india o malaya estuvo en su propio elemento, bajo los directos rayes violetas, en las proximidades secas y areniscas de la línea equinoccial.
Del Edén se propagaron los "jebeos" —hebreos— a través del continente Atlántida, y establecieron en el Asia Meridional el -Segundo Pueblo de Dios, con el calificativo de "Ihsqui" —Israel—; y ellos devinieron de les emigrados "manañutos" —pobladores de una "ciénaga blanda que ya no hay"—, que más tarde se llamó Manaos, en el Brasil.
Y desapareció el Edén a consecuencia del horripilante cataclismo, de sus cenizas brotó el Puxuhá —puerta del cielo— en la floreciente Liribamba: el dominio de los Condorazos.

También surgió el reino de Quito —"quishca", el que lee; y "quitu", el que escribe—; asiento de los grabadores y talladores de la piedra, en las faldas del Pichincha —de "pichi", poco; "in-cha", pluma —, lugar de cavernas del cuadrumano u hombre primitivo.
El Edén es la Ciudad Sagrada; la Santa Tierra; el cofre que contiene la clave del origen planetario y de las especies, de la evolución del hombre y de la pauta de los dogmas religiosos; el comienzo de las civilizaciones y el manantial de la sabiduría; la clave que gradualmente estamos descifrando para resolver varios enigmas del pasado.
Su ciudad capital, la prehistórica colmena humana, ya sabemos que fue el Edén, ubicado en un repliegue del volcán Igualata y en las cercanías del monte Shimiai —monte Sinaí, Infinito o Palabra de Dios—, que más tarde, cuando apareciera cubierto de nieve, se le llamó Chimborazo —cabellera cana.
Entonces, abismados ante el hielo de las cumbres andinas, se evocaron las épocas glaciales que antecedieron, y se imaginan las que sucederán, enfriado el planeta, apagado, tal vez para siempre, el fuego de sus entrañas y paralizando la actual rotación.
La tierra —fragmento del sol— fue en su comienzo una masa informe y caótica que, al viajar por el espacio, se envolvió de polvo, nubes y agua; un cuerpo inerte y estático; luego, el líquido se congeló, sofocando la materia incandescente, paralizando su potencia; pero al fin el fuego estalla, descongelando la superficie y provocando la rotación, que es energía y dinamismo.
La luna se separó de este planeta, convirtiéndose en su satélite fecundizador.
Brotaron los embriones o gérmenes: se inició la evolución. Dios hizo al hombre —dice el Génesis— de la flor de la tierra y de la selección de las especies, a su semejanza.
En verdad, es así, porque la inteligencia se desarrolla en una forma tan asombrosa que demuestra haber una partícula divina en la luz interior que anima e ilumina la mente humana, y que gradualmente va progresando hasta penetrar en lo oculto de los enigmas, en lo intrincado de los misterios, en las tinieblas del Universo.
Ya capacitadas para dominar el orbe, fundan las razas primitivas el Edén, en el lugar donde fulguran con más calorías los rayos ultravioletas, en el centro del regazo o triángulo divino, formado por el Altar, el Tungurahua y el Chimborazo.
El Chimborazo, que nunca fue volcán, sino el más poderoso bastión del globo, que estuvo incólume durante las últimas etapas de formación, recibiendo la embestida de los mares y el sacudimiento de los sismos; sirviendo de refugio a los seres sobrevivientes; contemplando el desfile del Tiempo; exhibiendo su majestad de Rey de los Andes, cuna de la humanidad.
Caminando, casi volando, el Atlas —gigante andino— por tierra firme, a través de los pasos de la Atlántida, lleva la civilización de los Condorazos a Egipto, a la India, a la China, al norte y al sur de América, por doquiera, sobre la redondez planetaria, que holla y que conquista.
Cual Icaros terrestres, los hombres alados —los Condorazos precursores— recorrían vertiginosamente las distancias por la corteza del globo, siguiendo la ruta de las cordilleras, de continente en continente, y dejaban por todas partes la huella de su presencia, influencia o cultura.
El Sangay, el Altar o Jatun Urcu y la mama Tungurahua
Foto J. Anhalzer
La idea de Dios tomó auge y consistencia en la Segunda Tierra Santa, en el Egipto, con Moisés y el pueblo de Israel —de Ihsqui, segundo— merced a la doctrina y reminiscencias de los atis o atlas —gigantes andinos—; y se redactó el Pentateuco, con los mandamientos promulgados en el Edén andino —el Edén o Edén del Chimborazo—, en donde gobernó Adán —que significa Andes y primer hombre.

Hemos sustentado que el hombre no vino acá de ningún punto de la tierra, sino que, por lo contrario, apareció aquí, a las plantas del Chimborazo, en donde fundó la primera colmena humana, el Edén, y forjó la más remota civilización o cultura que se registra en el planeta.
* Con este texto , iniciamos la serie Mitología Ecuatorial del libro antológico e,inédito del mismo nombre, investigación de Diego Velasco y Gloria Galarza
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